sábado, 21 de mayo de 2011

El arma secreta de Franco

Durante la Guerra Civil, el general Francisco Franco dispuso de una poderosa arma secreta; las máquinas enigma, semejantes a las de escribir pero un sofisticado sistema de cifrado. Un arma secreta que permitió al bando nacional cifrar sus mensajes.






Estas máquinas made in la Alemania de Hitler fueron compradas por Franco y le permitieron estar conectado de forma segura y permanente con sus principales generales para coordinar las ofensivas bélicas y mantener a los militares republicanos ciegos sobre sus intenciones. En 1936, Hitler vendió a Franco un lote de máquinas Enigma. Varias de ellas, han aparecido en el Cuartel General del Ejército, en Madrid, después de pasar casi 60 años olvidadas en una buhardilla.

Se trata de máquinas con un sistema de cifrado rotatorio cuyas claves podían cambiarse a diario. Sin embargo, los aliados consiguieron descifrar los mensajes y las máquinas cayeron en el olvido.

En el cine hay un par de películas que tratan sobre estas máquinas Enigma (2003) y U-571 (2001) , ambas muestran cómo los aliados, que tuvieron acceso a ellas, pudieron descifrar las posiciones y movimientos de los temibles submarinos alemanes durante la II Guerra Mundial, pero pocos saben que esta guerra encubierta comenzó en los campos de batalla españoles, al ser nuestra Guerra Civil, la primera contienda donde se puso en práctica esta máquina de cifrado.

Además, en muy escasas ocasiones se han descubierto tantas juntas porque había órdenes estrictas de destruirlas para que no cayeran en manos del enemigo. España fue un caso excepcional. Británicos, soviéticos y estadounidenses recuperaron algunas al final de la guerra, pero hasta ahora se conocía muy poco del destino de las Enigmas españolas. Y lo más sorprendente es su perfecto estado.

La historia de estas Enigmas comienza en el verano de 1936. En esa época, España no era, ni mucho menos, una potencia criptográfica, y la manera de ocultar sus comunicaciones telegráficas y radiales -fueran militares o diplomáticas, entre Madrid y las embajadas en el mundo- consistía en libros de cifra que transformaban la información (texto claro para los expertos) en otro ininteligible (texto cifrado) según una clave formada por conjuntos de números y letras. Entonces se carecía de sistemas mecánicos.

Hoy sabemos que Londres rompió, como dicen los criptoanalistas, los códigos y las claves españolas durante la I Guerra Mundial (1914-1918) gracias a penetrar clandestinamente en la Embajada española en Panamá y robar su libro de cifra. El 24 de agosto de 1918, los británicos entregaron fotocopias del mismo a la Oficina de Cifra de Estados Unidos -conocida como MI-8 o Black Chamber-, dirigida por el mítico criptógrafo Herbert O. Yardley, quien se puso inmediatamente manos a la obra. En escasas semanas y con la ayuda de una espía infiltrada como secretaria en la delegación española en Washington, a la que se bautizó con el nombre de Señorita Abbott, Yardley logró descifrar la clave -que denominó Número 74- y, a partir de entonces, los estadounidenses pudieron conocer los telegramas enviados por el presidente del Gobierno español, conde de Romanones, o su ministro de Estado (Exteriores), Eduardo Dato-. Algunos de ellos pueden hoy consultarse en las carpetas almacenadas en los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Maryland.

Conscientes o no de estas debilidades, el Gobierno de la República hizo gestiones para adquirir en Europa las más modernas máquinas de cifra y mejorar la seguridad de sus comunicaciones. En 1931, el embajador en Berlín recibió una oferta para adquirir máquinas Enigma, modelo A, a un precio unitario de 600 marcos (unos 1.000 euros actuales). Sin embargo, se desechó esta opción y se optó por comprar tres máquinas tipo Kryha por 1.000 marcos cada unidad -una para el Ministerio de Estado, otra para la Embajada en Berlín y una de reserva-, que al final fueron del modelo de bolsillo Liliput. Tres años después, en 1934, el Ministerio de Estado autorizó otra compra, esta vez a través del consulado en Copenhague, de dos aparatos más por 414 pesetas.

El levantamiento del 18 de julio representó un gran reto en el campo de las comunicaciones. Sus principales líderes -Mola, Franco, Queipo de Llano- necesitaban desesperadamente intercambiar información sobre su situación y previsiones a través de la radiotelegrafía, al no estar conectadas sus zonas de operaciones. El problema radicaba en que ninguno de ellos podía utilizar los códigos y claves que tenían en servicio. Era imprescindible improvisar mecanismos mucho más seguros que los anteriores para que no pudieran ser leídos por los republicanos. Las primeras semanas fueron de confusión y precariedad, hasta el extremo de utilizarse incluso diccionarios impresos comerciales para generar los mensajes cifrados. Confirmada la necesidad de prepararse para una larga contienda, ambos bandos pusieron énfasis en la normalización de las cuestiones de cifra. Aun así no fue algo fácil, y el desconcierto llegó hasta tal extremo, que durante los primeros ocho meses de Guerra Civil, las dos marinas -la nacionalista y la republicana- usaron los mismos códigos (basados en el código Perea), aunque con algunas variaciones.

El punto de inflexión en el bando nacionalista se produce en noviembre de 1936. Las tropas de Franco habían tomado Badajoz y ampliado su ocupación en el norte, pero quedaron detenidas en Madrid. El generalísimo asumió que la guerra requería de ofensivas coordinadas en distintos frentes y una dirección centralizada. Por ello solicitó a Alemania la venta de 10 máquinas Enigma, que llegaron rápidamente para ser distribuidas: ocho entre las máximas autoridades militares y dos para los representantes nacionalistas en Berlín y Roma "para su inteligencia" con el Gobierno de Burgos. Una de las unidades se quedó en el Gabinete de Cifra del Cuartel General del Generalísimo; otra, en la Secretaría General de Estado, y el resto fueron enviadas con extremas medidas de seguridad a las principales unidades militares (Ejército del Norte, jefe de las fuerzas militares de Marruecos, Ejército del Sur, Cuerpo del Ejército de Galicia, Comandancia General de Baleares, etcétera). Algunas de estas primeras máquinas forman parte del lote descubierto en el Estado Mayor del Ejército de Tierra, y tienen como números de serie K-203, K204, K-205, K-206. K-207. K-208, A-1232, A-1233, A-1234, y A-1235.

Hitler ya había decidido entonces su firme apoyo a Franco, pero en este campo de la criptografía no fue tan generoso como en otros y no envió a España sus modelos más avanzados. Al contrario que con los carros de combate o los cazas, Berlín vendió a los nacionalistas el modelo comercial de la Enigma, muy inferior a los usados poco después por la Wehrmacht, la Abwehr y las SS. El Alto Mando Alemán era consciente del riego que corría si alguna de las máquinas caía en manos de británicos o soviéticos y, probablemente, no tenía demasiada confianza en los españoles, pues cualquier descuido dejaría esta arma secreta al descubierto.

La máquina Enigma fue creación de Hugo Alexander Koch, un ingeniero holandés que la patentó en 1920, pero que, por problemas económicos, tuvo que venderla a Arthur Scherbius y a Richard Ritter, quien a su vez se asociaron con el berlinés Willie Korn para crear la empresa Enigma Chiffiermaschinen AG. La primera versión A, orientada para asegurar las comunicaciones empresariales, se presentó en Berna en 1923. A pesar de su poco éxito, fabricaron tres modelos más comerciales (B, C, y D) antes de poner las miras en las Fuerzas Armadas y el Gobierno alemán. La primera en adoptarlo para cifrar sus comunicaciones fue la Kriegsmarine en 1926. Dos años después lo hizo el Ejército de Tierra, y a partir de 1935, el del Aire, la Gestapo, las SS y todas las organizaciones públicas alemanas, incluido su servicio secreto y de inteligencia. El Ejército alemán llegó a contar con más de 30.000 en funcionamiento, aunque se calcula que se llegaron a fabricar más de 200.000 unidades de todos los modelos.

La versión militar de la Enigma se distingue de la comercial por disponer de panel de conexiones y, en algunos casos, de un rotor más. Era considerado como un invento genial porque creaba para cada mensaje su propia clave, por lo que algunos opinaban que era el cifrador ideal, al considerarse imprevisible e indescifrable. Hay que recordar que entonces no existían ordenadores y todo el cálculo de posibilidades tenía que hacerse a mano. Los alemanes introdujeron durante la guerra innumerables modificaciones, lo que impidió que Moscú lograra su desciframiento, aunque sí lo lograron británicos y estadounidenses.

El modelo vendido a los españoles fue el D, es decir, el más avanzado dentro de la gama comercial y similar al que Berlín cedió a los italianos antes de que comenzara la guerra mundial, y posteriormente, a los suizos. En diciembre de 1939, los marinos italianos cedieron algunas a la Armada española para coordinar junto con Alemania el supuesto bloqueo de las costas españolas acordado por la Sociedad de Naciones.

El cifrado con la máquina Enigma representaba un proceso largo y pesado. Requería dos operarios que debían trabajar conjuntamente: uno pulsaba las letras, operación relativamente lenta, ya que las teclas debían presionarse con mucha fuerza para girar los rotores, y otro registraba la letra cifrada, que se encendía en el panel superior de bombillas. Las máquinas comerciales como las españolas contaban con tres rotores, mientras que el modelo militar rediseñado contaba con otros sistemas añadidos. Para descifrar los mensajes enviados se usaba el mismo sistema, pero al revés.

El encargado de recepcionar las máquinas y adiestrar a los operarios nacionales fue el comandante Antonio Sarmiento, miembro del Estado Mayor y jefe de la Oficina de Escuchas y Descifrado del Cuartel General del Generalísimo, y cuyo nombre ha sido desconocido hasta hace muy poco. En un informe redactado en Salamanca en noviembre de 1936 y guardado en el EMAD, Sarmiento describe cómo usar las máquinas y explica los ajustes necesarios para el correcto cifrado de los mensajes. "Para dar una idea del grado de seguridad que se consigue con estas máquinas", afirma, "basta decir que el número de combinaciones posibles de acordar se eleva a la fabulosa cifra de 1.252.962.387.456". En este documento se menciona otra máquina más, la K-202, que algunos afirman fue la usada por el Gabinete de Cifra del Cuartel General de Franco.

No hay fotos de operarios utilizándola, ni documentación alguna sobre los mensajes que se cifraron, pero está claro que fueron usadas para las comunicaciones más sensibles entre Franco y sus generales más significativos. También está probado que el Generalísimo la llevaba cuando se trasladaba al frente en su puesto de mando móvil Terminus y siempre la mantuvo muy cerca. Su funcionamiento fue tan satisfactorio -los republicanos nunca pudieron des-cifrarla- que, en enero de 1937, coincidiendo con la toma de Málaga por el cuerpo expedicionario italiano y la ofensiva nacionalista sobre Jarama, el Gobierno de Burgos adquirió 10 unidades más del mismo modelo (de la K-287 a K-294, más las K-225 y K-226).

Josep Ramón Soler Fuensanta, uno de los mayores conocedores de temas criptográficos españoles y autor de un reciente libro sobre el tema en unión de Francisco Javier López-Brea Espiau, afirma, asimismo, que la Legión Cóndor, la fuerza aérea enviada por Hitler a España, utilizó para sus comunicaciones máquinas Enigma del modelo comercial, y no las militares que usaron durante la II Guerra Mundial. Hay constancia de que el Grupo Imker, el componente terrestre de la Legión, manejó cinco máquinas Enigma que facturó a España a un coste de 617 marcos, o su equivalente de 2.122,48 pesetas, y 22 Enigma para el Ejército a un coste unitario de 525 marcos alemanes. Al ser facturadas por Berlín se supone que se quedaron en España tras abandonar las tropas alemanas nuestro territorio en 1939.

El caso más curioso relacionado con estas máquinas durante la contienda civil española se refiere a la desaparición de una de ellas, la número K-203, adquirida dentro del primer lote y asignada en un principio a la Secretaría General de Estado. Poco después se decide que tiene que ser enviada a Roma. Se acordó remitirla a finales de noviembre o a principios de diciembre de 1936 y en dos envíos distintos, por un lado, la máquina, y por otro, el manual de funcionamiento. Sin embargo, en diciembre de 1937 se echa en falta que la delegación continúe utilizando sólo claves y libros de códigos y nunca haya enviado telegramas con cifrado mecánico. Al final se decidió dar carpetazo al asunto.

El número exacto de Enigmas españolas continúa siendo una incógnita. El criterio más extendido es que se adquirió aproximadamente medio centenar, aunque lo más probable es que hayan sobrevivido cerca de 30, algunas incluso en manos privadas. Las investigaciones de EL PAÍS aseguran que, además de las 26 localizadas en el Cuartel General del Ejército -algunas de las cuales han sido ya distribuidas por diversos museos militares regionales y pronto serán accesibles al público-, existe más de una docena en lo que hoy es el Estado Mayor Conjunto (EMAD) y en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Se supone, incluso, que la Armada pueda custodiar varias más.

Es una incógnita hasta cuándo las máquinas Enigma estuvieron en servicio en España. Según algunas fuentes, fueron retiradas a comienzos de la década de los cincuenta. A partir de entonces fueron recogidas y abandonadas en una buhardilla del Palacio de Buenavista, hasta que hace unos meses, haciendo un inventario, alguien descubrió esas cajas de madera y decidió conservarlas.

Fuente: Rafael Moreno Izquierdo es profesor de Periodismo en la Universidad Complutense

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